viernes, 25 de agosto de 2023

Tus Nuevos Ojos - Parte 1 - Capítulo 1

 

Parte 1

Capítulo 1


Eran las 4 de la tarde, hora perfecta para una siesta veraniega, más en la desentonante casa de los Lockhart estaba sonando música, contrastando aún más con el conurbano bonaerense desolado. En una de sus varias habitaciones se hallaban Damián y Luna, ambos estudiantes de secundaria y muy buenos amigos, tirados en el piso a pesar de tener una cómoda cama a su lado, escuchando un cassette. La música fuerte de la casetera tenía un sonido casero y poco prolijo, joven y oscuro, otra oposición a la silenciosa armonía de la mejor hora. Los dos adolescentes miraban al aparato con una mejilla contra el suelo de madera frío, como si realmente estuvieran viendo algo más que el brillo del plástico, hipnotizados por las melodías de un bajo desafinado y una voz femenina grave que destacaban sobre los demás instrumentos. La última canción anunciaba su final mientras Luna estiraba la mano para sacar el cassette. 

̶¿Y? ¿Qué te pareció?  ̶ Rompió el silencio Luna mientras guardaba el cassette en su mochila desgastada, con cuidado de no enganchar su fino vestido negro con algún cierre.   ̶ ̶ Se llaman Los Selenitas. Como los extraterrestres que viven en la luna.

 ̶Son buenísimos, ̶ Respondió Damián, con la alegría escapándose de sus labios ̶  ¿Dónde dijiste que los habías conocido?

̶ En una joda, esa a la que te había invitado Francisco. ̶ Dijo Luna, mirando a Damián con cierta esperanza.

̶ Francisco siempre me invita a jodas. ̶ Mencionó con desinterés, devolviéndole la mirada con sus ojos verdes.

̶ Bueno, no me acuerdo cuándo fue… ̶ Musitó ella con cierto hartazgo ̶  Creo que hace un mes, ponele. Son re copados, le ponen una re onda a lo que hacen y son re simpáticos. Te llevarías re bien con ellos.

Esto último fue dicho con el frío oculto de aquellas tardes en la casa de los padres de Damián, en la que el sol no podía dominar la construcción meticulosa y las dimensiones antiguas del hogar. El chico se sentó y dirigió su mirada a la ventana de su cuarto, que daba a uno de los tantos jazmines de su madre  ̶ ¿cuándo volvería de visitar a sus amigas? ̶  en un intento de esquivar los reclamos de Luna a su soledad autoimpuesta, rota sola por un par de amigos del colegio, aparte de ella.

̶ ¿Vos decís? ̶ Dijo en voz baja.

̶ Yo digo. ̶ Replicó. ̶  ¿No querés que te los presente? En serio, te van a caer bien.

Damián torció la boca en señal clara de disgusto.

̶ Dale, che.  ̶ Insistió débilmente. Pero Damián se distrajo, o fingió distraerse, con alguna mancha o ralladura invisible en la casetera y se abstrajo por un rato demasiado largo como para responder.

Damián siempre había sido una persona rara. Rara para los demás, al menos. Desde que era chico se sentía diferente de los demás, después de todo no le gustaba mucho la gente  ̶  siempre que podía se escapaba de las juntadas y tenía exactamente tres amigos, no le gustaba mucho hablar y esas cosas básicas que te hacen “el pibe callado del curso” o “el hijo de Liliana, ese-que-está-siempre-con-cara-de-culo”, como que le gustaba leer o que escuchaba música oscura y triste, y ni siquiera le gustaba bailar, razón por la que nunca iba a las fiestas o a los boliches a los que lo invitaban sus amigos. A él le parecía ridículo todo, o mejor dicho le parecía ridículo el cliché ridículo de un pibe que se vestía de negro, tímido y lector que solo destacaba por su presencia en cementerios hechos mierda de Avellaneda y su piel de porcelana de una muñeca antigua. Aún así, no tenía deseo alguno de cambiar, por suerte, y estaba feliz con su vida. Tenía la suerte de tener buenas notas, una familia de una posición estable en la Argentina inestable y un par de buenos amigos que se parecían a él, y para él eso era suficiente. En eso era algo opuesto a Luna, su vecina y amiga de la infancia, que siempre buscaba más, nunca se quedaba con lo que se le era entregado en bandeja y le encantaba descubrir cosas nuevas. Así era cómo había llegado a tener un interés por la música under depresiva en contraste con el rock y el pop de chicle masticado que se escuchaba en todos lados, por las ropa negra de segunda mano en contraste con la explosión de colores y enormidad que era la moda actual y por los casos de asesinatos escabrosos, las sectas macabras y todo lo que estaba podrido en el joven país viejo y renacido en contraste con las novelas, el maquillaje y los chicos. A pesar de sus diferencias se querían, pero era por esto mismo que a Luna le daba lástima ver a Damián solo. No es que no entendiese que él era feliz así, solo creía que quizá podría aspirar a más, a ella le parecía un pibe inteligente, culto y sensible por todo lo que había leído, simpático y siempre dispuesto a escuchar, aunque por supuesto lo cabeza dura que era le jugaba en contra. Eso y lo mucho que pensaba; sobrepensaba demasiado las cosas y ella suponía que esa era la razón de su silencio casi perpetuo, y en un punto tenía razón, él no creía que tuviese muchas cosas buenas para decir, a pesar de que su cabeza fuese un tumulto constante de ideas.

̶ Bueno, igual, acordate,  ̶ Dijo Luna mientras se incorporaba y arreglaba las arrugas de su largo vestido ̶  si querés verlos van a tocar en el boliche cerca de la casa de Francisco, ese por el que pasamos siempre cuando tomamos el bondi para verlo, el sábado que viene.

̶ Está bien.  ̶ Respondió Damián al erguirse ̶  ¿Querés ir a comprar un helado o algo?

̶ Dale. ̶ Dijo Luna mientras agarraba su sobrecargada mochila del piso. A esa hora quizá podrían encontrarse por ahí con alguno de los otros pibes del barrio, a lo mejor con alguno de los que le caían bien o no los miraban raro por vestirse de negro en una tarde de treinta y cinco grados de sensación térmica.

Salieron de la pieza y bajaron las largas escaleras de madera vieja pero bien cuidada. El camino hacia el salón estaba oscuro y el color gris triste de las paredes no ayudaba.

̶ ¿No era que tu mamá hoy no trabajaba?  ̶ Preguntó Luna mientras bajaba el último escalón. Estaba muy acostumbrada a ver a la madre de Damián en la casa o en su jardín o paseando por el barrio, en especial los fines de semana, pero ese día no la había visto.

̶ Ah, si, se fue a visitar a unas amigas… ̶ Respondió Damián mientras se abría paso al living, en donde había una mesa ratona con papeles de esos para escribir notitas para regalos y números de teléfonos de médicos junto a unas lapiceras. ̶  ...No me dijo cuando va a volver, pero por las dudas…

Mientras Damián escribía una nota para su mamá, Luna se quedó admirando el jardín que podía vislumbrarse por los ventanales exagerados de la habitación. Ella siempre había sabido que los papás de Damián estaban supuestamente forrados en guita, pero nunca se le ocurrió preguntar por qué ni desde cuándo, aunque aquella pequeña mansión de conurbano debía tener, como mínimo, varias décadas. Lo notaba en su piel descascarada en lugares ocultos, en como la madera de los pisos crujía, en el frío invernal de un lugar ajeno y lejano, pero si había algo con vida en ese hogar que para ella resultaba inmenso era ese jardín. No era muy grande en comparación con la casa, pero los jazmines, las lavandas y las azaleas eran lo que más resaltaba, incluso más que la fachada elegante. A Liliana, madre de Damián, le encantaban las flores, siempre estaba cuidando su diminuto prado de flores oculto en la inmensidad del barrio, de hecho, su amor había llegado al punto de que, después de ser ama de casa por años, había terminado consiguiendo trabajo en un vivero. A Damián también le gustaban mucho, pero obviamente no lo sabía nadie, no lo tenía que saber nadie, esas cosas son de nena eso es de maricones.

Damián terminó de escribir y tomó el conjunto de llaves que tenía tirado en el sillón. Seguro se lo había olvidado cuando volvió del colegio el día anterior, cuando los efectos secundarios de educación física habían aparecido.

̶ ¿Vamos? 

̶ Vamos.

La plaza era propiedad del municipio, pero se notaba que no había sido cuidada en años; el pasto estaba seco, los bancos prácticamente no tenían más pintura que las pintarrajeadas entre violentas y seductoras de los adolescentes locales y los pocos árboles que habían estaban enfermos, pero aún así era el lugar más cerca y seguro debido a su concurrencia para sentarse a charlar un rato y, aparte, quedaba cerca de la heladería. Luna pidió un cuarto de helado, de frutos rojos y pistacho por favor, y después de una corta espera se sentaron en el banco menos sucio que pudieron encontrar en la placita, que daba a un monumento de algún personaje irreconocible por las pintadas y porque no tenía placa, quizá robada para vender el bronce. El sol les daba directo en la cara y les hacía ver sombras con formas animalescas en el cielo, pero, quizá por estar distraídos, no les molestaba. Se turnaban para sostener el vasito, pues las gotas de helado derretido que escapan el confinamiento de telgopor les pegoteban los dedos y siempre corrían el riesgo de mancharse su permanente ropa negra mientras comían con voracidad, dejando de lado por completo la charla sobre la secta de Charles Manson, uno de los tópicos de conversación fetiches de Luna, enfermizo en demasía pero, para ella, atrapante.

̶ ¿Pero cómo que no entendés?  ̶ Preguntó Luna luego de terminar su helado apresuradamente, ansiosa por volver a hablar. ̶ No es tan complicado, el tipo era, qué sé yo, carismático por ahí.

̶ Mataba gente. ̶ Dijo Damián entre cucharada y cucharada, mirando a Luna a los ojos, incrédulo y sorprendido por la casualidad con la que, una vez más, su amiga abordaba un tema tan excesivamente grotesco. Mientras pensaba, ella ataba su larga cabellera negra en un rodete, mirando lejos del sol que le daba un tinte anaranjado a su piel y a sus ojos oscuros.

̶ Pero él no empezó a juntar gente después de matar.

Un tema muy sereno sobre el que hablan dos pendejos en una plaza una tarde de verano, se mofó por dentro Damián.

̶ ¿No había estado preso?

̶ Si, pero por otras cosas. Ni idea si las minas sabían, a lo mejor sí y no les importaba.

Damián pensó que si alguien escuchaba su conversación, iban a pensar que estaban locos, y si hubiese sido así quizá algo de razón tenían. Por suerte ninguna de las figuras que eclipsaban la figura imponente de Helios en el cielo circulaba sin escuchar, prestando atención solamente a sus propios problemas. A excepción menos una sombra que se detuvo justo enfrente de ellos dos.

̶̶ Ah, hola, Alma. ̶̶ Saludó Luna.

Alma era otra de las tantas chicas que vivían en el barrio que Damián conocía por sus interacciones por Alma, aunque no sabía si podían considerarse amigos. A Damián le daba miedo considerar a alguien como amigo y que a la otra persona no le diese tanta importancia como él. Estás muy al pedo como para pensar esas cosas, le había dicho una vez un amigo, tenés que relajarte más, nadie piensa en eso, pero claro que eso no detenía sus inseguridades. En cualquier caso, Alma era una chica muy simpática, que solía pasar su tiempo libre dibujando las flores de las casas ajenas y escuchando la música de los locales del centro mientras paseaba buscando libros usados que olieran bien.

̶̶ Hola, chicos,  ̶ ̶ Devolvió Alma con una sonrisa. Cuando sonreía, se le cerraban los ojos. ̶ ̶  ¿Les jode si me siento acá?

 ̶ ̶ Para nada, vení,  ̶ ̶ Luna se corrió un poco del borde, dejándole espacio suficiente a su amiga.

Alma agradeció y se sentó con las piernas cruzadas, apoyando cuidadosamente un bloc de hojas en su regazo en el que estaba dibujando árboles e insectos. Luna fue a tirar el vasito de telgopor vacío a un tacho que no estaba muy cerca de donde estaban, dejando a sus amigos solos por un rato.

 ̶ ̶ ¿Te contó Luna?  ̶ ̶ Preguntó Alma sin quitar la mirada del papel. Estaba dibujando el busto semi-anónimo que los miraba con tristeza con una lapicera negra. Todos sabían que dibujaba muy bien, que era experta en capturar momentos y transformarlos en algo suyo.

  ̶ ̶ ¿Qué?

 ̶ ̶ Que si te contó lo de que nos hicimos amigas de una banda.  ̶ ̶ Alma subió la cabeza y lo miró. Damián se preguntó si el logo de Riff en su remera holgada y negra había sido pintado por ella misma. No había notado anteriormente que se vestía bastante parecido a él y a sus amigos. Quizá pudiesen llevarse bien.

 ̶ ̶ Ah, ¿vos también?  ̶ ̶ Preguntó, sintiendo una punzada de envidia en la cabeza. Acaso, en el fondo, él también quería tener amigos, quería poder salir y tomar cócteles de nombres impronunciables con gente rara que no conocía pero anhelaba tener en su vida y quebrar y bailar y divertirse fuera de su palacio de titanio. ¿Tantas veces le podían mencionar un mismo tema en un solo día?

 ̶ ̶ Si, Luna me dijo que te iba a hacer escuchar un cassette de ellos. No tienen muchos temas igual, esos son todos.

 ̶ ̶ ¿Tocan solo esos?  ̶ ̶ Fue lo primero que se le ocurrió de respuesta.

 ̶ ̶ No. O si. Depende.  ̶ ̶ Alma sonreía recordando algo ̶ ̶  A veces tocan temas que no sacaron, a veces tocan temas que no sacaron todavía. No sé si su música me convence mucho, pero me caen bien.

 ̶ ̶ Ah, a mi me gustó lo que escuché.

 ̶ ̶ Son más de tu estilo, creo.  ̶ ̶ Se acordaba de una vez en la que habían hablado de las bandas que le gustaban. Tenían varias en común, pero Damián escuchaba más canciones en inglés, con armonías raras que todavía no llegaban acá, mientras que ella prefería la música que sonaba en ese entonces, que era fácil de entender no solo por su idioma familiar si no porque sus sonidos eran conocidos, para ella eran como sábanas recién lavadas y calientes luego de secarse al sol. En la fiesta en la que había conocido a Los Selenitas lo había dicho así a su mejor amiga y se había reído, pero el bajista de la banda sonrió con sus labios negros y le dijo que él sentía lo mismo, pero con respecto a toda la música. Eso la había hecho feliz.   ̶ ̶ Luna me dijo que tenías que conocerlos. El sábado se presentan en un boliche que me dijo que vos conocías.

Damián rió. A Luna le sale tan fácil, pensó.

 ̶ ̶ Me gustaría,  ̶ ̶ Admitió ̶ ̶  pero, la verdad… no me copa mucho ir a bailar.

Alma dejó la lapicera quieta sobre el papel. Se puso a mirar fijamente el horizonte oscurecido por el paisaje artificial, como si el busto o los árboles viejos llenos de carteles monocromáticos pudiesen ayudar a despejar sus pensamientos.

 ̶ ̶ ¿Por qué no?

 ̶ ̶ Bah, en realidad, nunca fui.

 ̶ ̶ Ay, entonces no podés decir que no te gusta.  ̶ ̶ Dijo Luna, sorprendiéndolos desde detrás del banco.

 ̶ ̶ La puta madre, boluda, casi me matás…  ̶ ̶ Se quejó Damián, poniendo una mano contra su pecho. No se había dado cuenta, hasta entonces, del calor que tenía, ni de la hora que era  ̶  podía ver que el sol ya estaba corriendo cuesta abajo detrás de las casas cercanas.  ̶ ̶ ...Uh, ya casi es de noche.

Sin decirlo, se preguntó cómo podría dibujar Alma con una iluminación tan escasa. Quizá se lo preguntaría en otra ocasión, cuando tuviese más confianza. Ojalá.

 ̶ ̶ ¡No me cambies de tema!  ̶ ̶ Le reprochó Luna, pero Damián pudo ver, a través del filtro violáceo del cielo, que estaba sonriendo ̶ ̶  Si vas me voy a encargar yo de todo, si querés, hasta te acompaño todo el tiempo  ̶  no, no me molesta, antes de que preguntes, pero no podés decir que no te gusta así nomás.

Damián debió haber puesto alguna cara que mostrase su rechazo por la idea, porque Luna rápidamente hizo un ademán de ruego, y suplicó:

 ̶ ̶ Te juro que si vas no te jodo más con el tema, ¿si?

Era tentador, realmente, si bien algo difícil de imaginar. Por otro lado, Alma se estaba divirtiendo mucho viendo la insistencia de Luna. Damián también, pero no lo quería admitir.

 ̶ ̶ Bueno, está bien.

Luna festejó su pequeña victoria exageradamente, mientras Alma se reía fuertemente y Damián intentaba mirar para otro lado, para que no vieran la vergüenza que sentía. Alma notó que el cielo había cobrado aquel color azul que parecía perteneciente a un reflector, lo que la hizo tomar sus cosas apresuradamente mientras murmuraba un “mierda, se me hizo re tarde”, a lo que Luna se ofreció a acompañarla a su casa, más se negó alegando que la distancia a su casa era bastante corta. Luego de una despedida sin ceremonias, emprendió el camino de vuelta a su casa, y lentamente su figura se fue camuflando entre las sombras escasas de la tarde-noche. Damián se ofreció a acompañar a Luna, cosa que ella aceptó. Por más que tuviese un estómago fuerte, las mismas historias grotescas que la deleitaban la hacían desconfiar de los monstruos humanos un poco más que sus pares. A Damián no le molestaba, era realmente conveniente que viviesen frente al otro.

Caminaron tranquilos en la semi oscuridad hasta llegar al hogar de Luna. Era una casa sencilla pero acogedora que había sido construida por su abuelo antes de que ella naciera. A Damián le gustaba porque era cálida y siempre había gente dando vueltas, no como su casa fría y a menudo vacía si no fuese porque estaba él. Mientras esperaba ver una luz blanca cerca de la entrada que indicase que Luna había podido ingresar, Damián apoyó su espalda en un palo de luz viejo, para casi al instante darse cuenta que había un papel, pero antes de poder fijarse que era, la madre de Luna, con su pelo negro y lacio tan parecido al de su hija, lo saludó con la mano, a lo que el repitió el gesto, antes de que la puerta se cerrase por el resto de la noche.

Intentó leer lo que el folleto en el que se había apoyado decía ayudado por la luz agonizante del día, pero era imposible leer algo, aunque pudo esforzando la vista pudo ver que en el centro tenía un dibujo curioso: un triángulo isósceles cuyos puntos eran representados por ojos, con uno más grande que los otros dos en la punta superior. Una verdadera rareza. Curioso, lo arrancó del poste y lo puso en sus bolsillos, pensando en que lo tiraría cuando llegase a casa. Esperaba recordarlo, ya que todavía tenía mucho que pensar sobre el próximo sábado.


 

Tus Nuevos Ojos - Parte 1 - Capítulo 1

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